domingo, 30 de mayo de 2010

Menos, otra vez.

(Mentiras en cursiva)

ENDOCRINO: ¿Qué tal, Ana?
YO: Bien.
E: ¿Comemos con normalidad?
Y: .
E: ¿Has vomitado?
Y: No.
Me pesa: 44'9.
E: Has bajado. ¿Seguro que estás comiendo bien?
Y: Sí, sí, igual que siempre.



Me siento observada cuando como. Me sirvo patatas pero las dejo. Escondo trozos de carne en la servilleta. Cuando como con mis abuelos aterrizan en mi plato rodajas de chorizo. Se las paso a mi cómplice, mi madre. Por las tardes me preparo con un cariño y una calma espectaculares macedonias coloridas. Soy feliz al comerlas. Hay otros días en que me ataca la ansiedad y como. Una galleta. Un trozo de queso. Luego otra galleta. Cereales. No puede ser. Si sigo así me daré un atracón. Voy al baño a vomitar. Pienso: Ahora llegará alguien y no escucharé la puerta, me pillará así. No, seguro que alguna de ellas está escondida en su habitación para ponerme a prueba por si vomito cuando estoy sola. ¿O habrán puesto alguna cámara en el baño?



Sin querer me di cuenta de que estaba intentando adelgazar y ya no mantenerme, como estos últimos meses. Y así fue. ¿Cómo hago para no bajar cuando mi subconsciente es lo que quiere y hará todo lo posible para conseguirlo? No importa que me digan que estoy demasiado delgada, no importa que los vestidos de verano me cuelguen como una sábana mal medida, no importa que los pantalones de otros años dejen constancia de que mi culo está desapareciendo. Dudo al escribir esto último, sigo viendo mi culo como un globo inmenso.

martes, 18 de mayo de 2010

Femenina, delicada, admirable






En el hospital, al igual que en el resto del mundo, la bulimia se considera la pariente pobre de la anorexia, tanto en términos médicos como de admiración. Por supuesto la bulimia sucumbe ante las tentaciones de la carne, mientras que la anorexia es sagrada, pues implica la renuncia absoluta de la persona al mundo material. La bulimia hace referencia a los hedonistas tiempos romanos de placeres y festines, mientras que la anorexia recuerda a la era medieval de mortificación física y el ayuno voluntario. Lo cierto es que las bulímicas no suelen llevar el estigma santificado del cuerpo esquelético. La tortura que se infligen es privada, mucho más secreta y culpable que la manifestación visible de las anoréxicas, cuyos cuerpos escuálidos se admiran como epítome de la belleza femenina. Nada tiene de femenino, delicado y admirable meterte dos dedos en la garganta y vomitar.

Días perdidos, Marya Hornbacher



La verdad es que, pensando en esto, me da vergüenza admitir mi bulimia, y sin embargo ya no tengo ningún reparo en corroborar mi anorexia. Nada es tan simple, por supuesto, tengo un trastorno alimentario que no se puede etiquetar, algo imposible después de 8 años. No llevo 8 años vomitando, ni llevo 8 años comiendo como un pajarito ni ayunando. Todo se entremezcla para dar lugar a una situación en la que todo lo relacionado con la alimentación no tiene sentido. Las necesidades más primarias se han anulado: no sé comer, no quiero comer, no sé cuándo comer, no sé dónde comer.
Los últimos días se han centrado en buscar la alternativa al vómito. Después de rechazar inhibidores del apetito y laxantes para los que se necesita receta médica he optado por algo natural: las infusiones de cola de caballo. Algo natural pero muy molesto pues no las necesito, por lo que, al hacerme efecto, me duele un horror la barriga y, entre retortijones, no hago más que ir al baño.
Sí, una estupidez. Maldita mi cabeza. ¿Avanzo en mi recuperación? Sí, pero siempre tengo que dar un paso atrás y volver a hacer de las mías.


GRACIAS PSICO
La verdad es que tengo ganas de vivir. Incluso a veces hago planes de futuro, aunque sepa que son utópicos y que no vale de nada pensar en ello. Sé que aún me queda mucho. Y tu comentario me reafirma en eso.

domingo, 9 de mayo de 2010

Death




(de Goran Bregovic, para El sueño de Arizona)
Me encanta esta canción, sobre todo la parte final... (minuto 2:40 por si hay prisa)

La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.
André Malraux

La muerte es el remedio de todos los males; pero no debemos echar mano de éste hasta última hora.
Molière

Lo que pensamos de la muerte sólo tiene importancia por lo que la muerte nos hace pensar de la vida.
Charles de Gaulle


He tenido épocas en las que pensé mucho en la muerte.

Hace dos años, cuando me estaba quedando dormida, me quedaba sin respiración, se me aceleraba el corazón y sentía un mareo tan fuerte que creía que me iba a desmayar. Esto pasaba absolutamente todas las noches, tenía un miedo horrible a quedarme dormida porque creía que iba a morir. No podía aceptarlo, muchas veces llamaba a alguien. Me producía pavor dormir sola.

De temer a la muerte, pasé a desearla. Fantaseaba con mi suicidio. Después me imaginaba el momento en que me encontraban y si no lo hice fue por mis padres.
Pero hubo un día en que la histeria pudo con la razón: llevaba horas corriendo por la calle bajo la lluvia, gritando y golpeándome la cabeza contra las paredes de los edificios. Cuando llegué a casa no podía dejar de llorar. Sentía tan profunda tristeza y desesperación que, aunque no lo recuerdo, no me extrañaría saber que esbocé una sonrisa al ver aquella cajita de pastillas sobre la estantería. Era la salida, mi salvación: las pastillas de mi hermano... dos dosis diarias como mucho (mi hermano tomaba media). La abrí. Sólo había siete. No funcionaría. Tenía que funcionar. Me las tomé y me acosté.
No recuerdo cuándo me despertaron, ni cómo fue. Mi madre vino a la habitación como muchas mañanas. Eran las 3 y quería que fuera a comer. Le dije que no. Volvió a despertarme unas horas más tarde y me dijo que me levantara porque me tenía que ir a Santiago. Me incorporé y sentí una sacudida salvaje, como si me hubiesen golpeado la cabeza. Volví a acostarme. Después de unos minutos reuní fuerzas para alzarme, pero me caí al suelo. Fui arrastrándome hasta la puerta y apoyada en la pared me levanté y conseguí llegar al baño. No escuchaba nada, solo un pitido en los oídos. Metí la cabeza en la bañera y me mojé la cabeza. Mi madre me llamaba y yo no era capaz de hablar. Creyó que me encontraba mal por culpa del chaparrón de la noche anterior. Me ayudó a vestirme y me llevaron al coche. Fui durmiendo. En el piso dormí durante tres días seguidos, despertándome de vez en cuando, pero sin levantarme. Cuando por fin me puse en pie estaba muy débil. No era capaz de tragar nada sólido, así que pasé 5 días a base de agua, zumo y yogures. No recuerdo cuánto adelgacé, pero esta fue la última recaída. A partir de aquí revivió el deseo de bajar de peso. Tuve otros síntomas durante unos días, como el de bostezar cada dos minutos (no exagero) sintiendo al hacerlo un hormigueo muy molesto en el cráneo, o el de temblar como si tuviera párkinson.

Ya no deseo la muerte. Pero tampoco la temo. A veces tengo ganas de vivir, pero otras me limito a esperar a que pase algo. Ver pasar los días. Sin embargo tengo guardados los antidepresivos y ansiolíticos que tomaba antes. No son siete pastillas, son muchas más. Las tengo y me siento segura, porque sé que si algún día no aguanto más, podré echar mano de ellas. No tengo pensado tomarlas, pero no puedo deshacerme de ellas.
Sé que está mal pensar así, pero no puedo evitarlo. No quiero volver a sufrir tanto. De todas formas las cosas están yendo bien.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Just back from London


TWIGGY 60s LONDON





SOHO CARNABY STREET