









Nada hay tan cierto y seguro como la rutina. Por mucho que proteste y se queje, a la anoréxica o bulímica no hay nada que le guste más que un mundo en el que todo, absolutamente todo, gira en torno a la comida.
Jamás hay que creer a una enferma que asegura odiar la comida, porque es mentira. Al negársele el alimento, tu cuerpo y tu cerebro empiezan a obsesionarse con él. Se pone en marcha el instinto de supervivencia, ese recordatorio constante de que tenemos que comer, es un instinto que intentas ahogar cada vez con más ahínco, si bien nunca lo consigues. En lugar de comer te pasas la vida pensando en comida. Sueñas con comida y la miras con fijeza, pero no te la comes.
Días perdidos, Marya Hornbacher
Últimamente, cuando me apetece algo lo huelo. Aspiro el aroma del trozo de comida como si de un ramo de flores se tratara y me quedo unos segundos sobre la porción, sonriendo como una idiota. Después doy media vuelta y me voy, con la sensación poderosa de control sobre mis debilidades que me hizo llegar a este estado. Desde que no puedo purgarme he ido adquiriendo las memeces maniaticas propias de una anoréxica, tales como comer lentísimamente, cortar la comida en cachitos minúsculos (a veces esconder alguno en el bolsillo), beber agua sin parar, ordenar mis trastos, limpiar sobre lo limpio, dar largos paseos aunque esté diluviando, creer que engordaré por tragarme medio gramo de pan...

Vuelvo a decir que quien llegue aquí buscando tips no los encontrará, y mucho menos si me deja un comentario pidiéndomelos.